sábado, 8 de enero de 2011

The Wire y los Juzgados centrales de lo contencioso

Últimamente ando enganchado a la extraordinaria serie de la HBO, The Wire. El caso es que el otro día andaba yo pensando, con tanta Ley Sinde y tanto niño muerto, que la serie en su conjunto da una lección magistral que bien pudiera servir para que algunos no fueran dando palos de ciego a la hora de atajar un problema.

Si alguna vez la viste, habrás podido observar como determinadas acciones de la autoridad (ya sea gubernativa o policial) son estériles en lo que al alcanzar el objetivo deseado respecta. Así, cuando el nuevo teniente de la Major Crimes Unit decide que la manera de combatir el narcotráfico en las calles de Baltimore es hostigar a los corner boys (críos de no más de 16 años que venden la droga en cualquier esquina), olvidándose de los grandes narcos, observamos el más rotundo de los fracasos. Tal y como sucede casi siempre que se opta por una política equivocada.

Que nadie se me ofenda por los maltraídos paralelismos, porque no es mi intención, ni mucho menos, comparar el tráfico de drogas con la circulación de obras protegidas a través de Internet o el enlace a las mismas. Lo que sucede es que hay factores técnicos en ambos contextos que no dejan de presentar ciertas semejanzas. En la primera temporada de The Wire vemos como los jóvenes traficantes emplean, para comunicarse, los teléfonos públicos. Más adelante y a medida que los métodos de vigilancia policial sean más elaborados, aquéllos tendrán que olvidarse de las cabinas telefónicas y los "busca", para comenzar a utilizar teléfonos móviles primero y burners después (tarjetas prepago y sus correspondientes teléfonos de escaso valor, todos ellos de usar y tirar). El caso es que, como digo, a medida que el acoso policial acrece, los chicos de Baltimore encuentran nuevas alternativas para gestionar su negocio. Y lo cierto es que el tráfico de estupefacientes (conducta a perseguir) apenas se verá afectado en cuanto a operatividad y margen de beneficios. No representando así la táctica sino un absurdo derroche de recursos y dinero público.

Sin embargo, hay ocasiones en las que a alguien en la serie engrasa la maquinaria de pensar y decide ir a por los malos, malotes. Los de arriba del escalafón. Los que utilizan cal viva y pistolas de clavos para hacer desaparecer cuerpos. En definitiva, los verdaderos beneficiados por el intercambio del duelo a muerte de peones que se vive en las calles. Y cuando Homicidios, Narcóticos o el FBI deciden ir a por el pez gordo, el flujo de droga se congela. Al menos por un tiempo.

Que puestos a elucubrar, digo yo, que con la erróneamente denominada "piratería" en Internet (¿a quién se le habrá ocurrido un nombre tan poco correcto y cursi?) a alguno se le debería también encender una lucecita. Y es que los inquisidores del P2P y de las páginas de enlaces no se dan cuenta de que frenar el desarrollo de determinadas tecnologías o formas de comunicación NO es la solución. Siempre van a surgir nuevos burners que permitan el intercambio de archivos. ¿Es que ya nadie se acuerda de usenet o del empleo de IRC bots para descargar archivos musicales en los tiempos del módem a 56 Kbps?

Así que, señores políticos, ¿por qué en lugar de ir a por el ciudadano que se descarga The Wire, no se legisla pensando en que son otros los verdaderos beneficiados del desmán y se orientan las medidas (los cañones más bien, visto lo visto) en esa dirección? Hay muchos. Sin ir más lejos, los que alojan los archivos y obtienen un rendimiento económico con ello. O los que los filtran sin el consentimiento debido, mercenariamente, previo pago de lo acordado. O también, por supuesto, como bien defiende Javier de la Cueva, los que con carácter general "se están lucrando económicamente de una forma directa": es decir, las operadoras de telecomunicaciones.

Con el devenir de los tiempos hemos ido siendo testigos de cómo el negocio del entretenimiento intenta perseverar a través de un modelo obsoleto y enfermo. Amigo lector, no seas ingenuo: no eres tú quien verdaderamente perjudica a David Simons (creador de la serie) cuando sigues en streaming las andanzas de McNulty y el resto de personajes. El verdadero cacique es aquél que brega por impedir el desarrollo de un sistema que aminora los beneficios de los ya muchas veces innecesarios intermediarios-vampiro (véase el éxito de Netflix en los Estados Unidos). Y ya puestos, también será cacique quien en el futuro (palabra de Alierta) quiera cobrar varias veces por el mismo concepto: hacer uso de las redes para transmitir unos contenidos totalmente ajenos a él. A ti (por tráfico, que todo se andará) y al prestador del servicio (porque yo lo valgo).

Y es que ¿acaso no estarías dispuesto a pagar por un servicio de calidad como Netflix o Voodler? (yo ya lo hago con Spotify o Mubi). Desde luego, si tu respuesta es no, probablemente no hayas encontrado lo que buscabas en este artículo. Pero eso ya es otra película.

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