lunes, 27 de diciembre de 2010

El puente sobre el río Wisła

Corría el año 2005 y empecé a escribir un blog. Se llamaba Cuadernos de Budapest y tuvo un éxito relativo (con el paso del tiempo llegaría a alcanzar las 26.000 visitas). Por aquel entonces yo era un aspirante a licenciado que había decidido irse a vivir a Hungría con la excusa de terminar la carrera y aprender idiomas. Algo me decía que algunas de las cosas que la vida podía ofrecer se escondían extramuros, lejos de los confines del viejo Logroño. La realidad no tardaría mas que unas pocas semanas en darme la razón. Sin embargo, para encontrar los verdaderos motivos de aquel viaje había que escarbar algo más abajo de la epidermis. Con poco más de veintiún años y casi sin darme cuenta, la vida me había empujado hacia un talud que se precipitaba hacia una cómoda existencia como abogado de provincias, de esas con casa, perro y boda, que sueñan las princesas y ahuyenta a los forajidos. Cuando me veía el bigote en el espejo sabía que algo fallaba: a fin de cuentas yo no era una princesa.

Irme fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Fue una época memorable. Rompí con casi todo y, muy especialmente, con un yo que no terminaba de ser yo. Conocí a gente increíble, viajé y experimenté. Pero todo ello sin renunciar a lo mejor de mi pasado, familia y amigos. Todo aquél proceso lo fui relatando en los Cuadernos de Budapest. La vida de los cuadernos se prolongó durante casi tres años. Y un buen día decidí mandarlo todo al carajo. Ya no tenía tantas cosas que contar y cuando me apetecía reflexionar, lo hacía en voz alta, con los buenos amigos y la intimidad de una cerveza. Además observaba como mucha gente parecía sentirse ofendida con lo que escribía. En aquel entonces encajaba peor la crítica.

Es cierto que Internet ha cambiado mucho desde 2005. Y que herramientas como twitter o facebook te permiten interactuar de una forma mucho más rápida y cómoda con tu entorno. Pero creo que pueden llegar a convertirse en instrumentos de doble filo. Un blog requiere esfuerzo, mimo y, sobre todo, tiempo. Y ahí reside su valor. Exige dedicación, pero acabas queriéndolo como a una parte más de ti. Lo ves crecer y tiene el sabor de lo añejo. A fin de cuentas, si lo que quieres es una reflexión profunda, ciento cuarenta caracteres no son suficientes.

No es la primera vez que intento volver a la blogosfera. Siempre acabo abandonando después de tres o cuatro posts. Sin embargo algo me dice que este año que va a comenzar es distinto. Desde luego será un punto de inflexión en mi vida. De momento, si todo va bien, me voy a vivir una temporada a Cracovia. En febrero empezaré los cursos de polaco. En marzo acabaré el contrato que me une a la Universidad donde trabajo. En julio finalizaré una tesis que llevo arrastrando algo más de cuatro años. Antes de que acabe el año espero haber cruzado el Cáucaso y haber vuelto con muchas historias que contar. A partir de ahí el futuro se envuelve en neblina. Pero no importa. Siempre ha sido así y es precisamente ahí donde reside la gracia. De momento, en unas horas me voy a Cracovia a hacer una primera exploración. Volveré en una semana.

Quedan oficialmente inaugurados los Cuadernos de Cracovia.


Nos leemos.